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Madrid tuvo su propio Chernóbil: la catástrofe radiactiva que el franquismo ocultó durante décadas

El caso, apenas conocido por la ciudadanía, sirve como ejemplo de los riesgos de la energía nuclear mal gestionada, pero también de las consecuencias de un modelo de opacidad institucional que dejó expuesta a toda una población sin siquiera saberlo.
Madrid tuvo su propio Chernóbil: la catástrofe radiactiva que el franquismo ocultó durante décadas
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Actualizado: 11:00 24/5/2025
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El 7 de noviembre de 1970, Madrid vivió el que probablemente fue el mayor accidente nuclear civil de su historia, aunque muy pocos lo supieron.

En pleno corazón de la Ciudad Universitaria, a escasos metros de la Moncloa, el reactor experimental Coral-1, parte del programa secreto de armamento nuclear del franquismo, sufrió un fallo durante el trasvase de residuos radiactivos. Decenas de litros con isótopos altamente peligrosos —como estroncio-90, cesio-137, rutenio-106 y partículas de plutonio— se filtraron al alcantarillado, contaminando los ríos Manzanares, Jarama y Tajo, y alcanzando incluso el Atlántico a través de Lisboa.

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Un accidente nuclear ocultado por el franquismo

El accidente fue ocultado por el régimen, pero su huella todavía persiste en los suelos y acuíferos del centro peninsular. El vertido ocurrió durante una operación rutinaria de la Junta de Energía Nuclear (JEN), cuando una válvula o una soldadura falló durante el traspaso de 700 litros de residuos entre tanques.

Se registraron niveles de radiactividad 75.000 veces superiores a los límites seguros.

A pesar de que el responsable de Protección Radiológica advirtió del problema a los pocos minutos de iniciar el proceso, la actividad continuó hasta pasadas las 14:00, cuando los operarios abandonaron las instalaciones para irse de fin de semana. El resultado: entre 40 y 80 litros de residuos altamente radiactivos acabaron en el sistema de alcantarillado madrileño. El flujo incontrolado arrastró la contaminación hasta tierras de cultivo del sur de Madrid, cuyos productos llegaron a los mercados sin ningún tipo de control.

La respuesta del régimen fue un ejemplo de ocultación sistemática. Se compraron en secreto algunas cosechas contaminadas, que se enterraron en la propia Ciudad Universitaria, y se prohibió vagamente el uso de agua de riego en ciertas parcelas. Sin embargo, ni se detuvo el cultivo, ni se controló toda la producción, ni se informó a la población. En zonas como Aranjuez o Toledo se registraron niveles de radiactividad 75.000 veces superiores a los límites seguros. La comisión de seguridad del JEN propuso medidas para evitar el consumo de vegetales contaminados, pero estas llegaron tarde y se aplicaron de manera errática.

Un impacto que no se documentó correctamente

El impacto sanitario, por desgracia, no está bien documentado. Algunos agricultores enfermaron de cáncer en los años posteriores, pero nunca se realizó un estudio epidemiológico serio que pudiera relacionar esas dolencias con el vertido. Lo que sí se ha confirmado es que la contaminación dejó una huella duradera. Todavía hoy, el Consejo de Seguridad Nuclear mantiene bajo vigilancia las Banquetas del Jarama, y en la propia Ciudad Universitaria de Madrid se detectan niveles de radiación superiores a los del entorno de muchas centrales nucleares operativas.

El reactor Coral-1, que formaba parte del fallido ‘proyecto Islero’ para dotar a España de armamento nuclear, fue desmantelado en 1981 por presión internacional. Su existencia en una zona densamente poblada como el centro de Madrid no tenía precedentes en Europa occidental.

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